Capítulo 9

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Durante el trayecto a la fiesta Diana no paraba de recordar las palabras que había escuchado. ¿Era posible que la directora fuera la culpable de la muerte de la madre de Santiago? Si aquello era verdad la situación era seria y debería salir a la luz, si bien la madre de Santiago ya no podía tener otro final, quién sabe que otras personas podrían correr el mismo riesgo.

—Desde aquí escucho el ruido de tus pensamientos, ¿se puede saber qué ha pasado allí dentro?

Diana ante la pregunta de su amigo se forzó a cambiar el semblante, no estaba segura de tener que compartir esa información con él. De momento se la guardaría para ella, aunque no pudo evitar preguntar:

—Diego, ¿qué sabes de la muerte de la madre del doctor Carmona?

Su amigo la miró con intriga, no entendía a qué venía preocuparse por la madre de Carmona. Estaba rara desde que salió del hospital y él lo averiguaría antes o después.

—No mucho, estuvo enferma una larga temporada, después Pandora convenció a Carmona para que su madre formara parte de un estudio clínico, al poco tiempo empeoró y contra todo pronóstico, falleció. Carmona destrozado desapareció y desde ese momento no supe más de él hasta ahora.

—Entiendo, pobre hombre, qué duro debió ser vivir aquello.

—Un momento, espera, ¿qué es lo que entiendes? Estas muy rara Diana y lo sabes.

Llegaron al aparcamiento en silencio, Diana seguía indecisa de si contarle a Diego o no lo que había escuchado.

—Princesa, hora de entrar en el baile.

Le indicó Diego mientras abría la puerta del coche y le tendía su mano para que ella saliera.

Diana al salir no pudo evitar estampar un beso en su mejilla en agradecimiento por lo bien que se portaba con ella.

—Vamos allá, que empiece la fiesta —propuso Diego sonriendo al lado de su amiga.

Ambos dejaron escapar una carcajada y tras llegar al guardarropa, dejaron sus abrigos y el bolso de Diana para entrar en la gran sala donde la música de fondo amenizaba las conversaciones que el personal allí congregado mantenía. Era un ambiente distendido; pero al entrar Diana sintió una opresión en su pecho, controló sus ojos para evitar que estos se pasearan por la sala en busca de él, debía de mantenerse alejada, mucho más ahora que sabía lo que sabía.

La voz gritona de Rodri la sacó de sus pensamientos.

—Hombre, qué ven mis ojos, la pareja del momento.

Y acercándose a Diego le dio dos besos al aire como él siempre solía hacer.

—A ti saco de huesos no te beso que seguro que me pinchas.

—Rodri, no te pases —amonestó Diego ante su ofensa.

 Él conocía a Rodri mucho tiempo y sabía de su manera de ser, pero Diana lo acababa de conocer y no tenía claro que aquellas frases las llegara a entender.

—¡Qué pasa! ¿No sé lo que has podido ver en ella? Pero bueno, si a ti te gusta a mí también.

—Rodri, no sigas con esa estupidez, Diana y yo somos amigos desde la infancia, no somos pareja.

Rodri sorprendido llevó las manos a su boca controlando el grito de sorpresa que de esta escapaba.

—¿En serio? Qué pedazo de exclusiva me acabas de regalar, esto debo de contarlo enseguida.

Y sin más dio la vuelta y los dejó junto a la barra mirándose sorprendidos.

—No le hagas caso, Rodri es así y a su edad no creo que pueda cambiar.

La tomó de la mano y una vez en la barra, le preguntó qué quería tomar.

—¿Qué te pido?

—Agua con hielo y una rodaja de limón, por favor.

—¡Agua! Diana es Navidad.

—Me da lo mismo, no estoy acostumbrada a beber alcohol y tampoco hoy es día para dejar de hacerlo.

En el momento que Diego le tendía el vaso de agua llegó Ricardo quien, tras verlos, fue hacia ellos impresionado por la belleza de Diana y dispuesto a cumplir los deseos de Pandora.

—Buenas noches, pareja, ¿qué le habéis hecho a Rodri que lo acabo de ver en modo chisme corriendo desesperado?

—Nada, solo le hemos dicho que no somos pareja y ha sido como si le hubiéramos confesado el secreto nacional mejor guardado.

Aquellas palabras de boca de Diego le agradaron y sus ojos miraron con descaro a Diana, quien a su vez mantenía su mirada fija en el vaso que tenía entre sus manos.

—¿En serio no sois pareja? Genial, entonces tengo opción de conquistar el corazón de tan bella mujer.

Diana levantó los ojos y lo miró desconcertada. Aquella situación comenzaba a incomodarla demasiado.

                     

Santi empezaba a irritarse ante la idea de que aquella noche el deseo de volver a bailar con ella no se haría realidad.

La confusión lo invadía ante aquella posibilidad, era la primera vez que se enamoraba así de alguien y que perdía el control de sus sentimientos y de su corazón. Jamás había experimentado ese deseo incontrolable por abrazar a alguien, la necesidad de tenerla cerca y dejarse perder en ella.

Barajaba la idea de abandonar aquella estúpida fiesta cuando sus ojos negros la vieron entrar. No era capaz de dejar de observarla, admiró su delicada forma de caminar. La intuyó nerviosa y unas ganas locas de lanzarse hacia ella lo invadieron, aun así moderó su respiración mientras mordía su labio inferior controlando la rabia y la decepción que le producía verla junto a Diego.

Todo se complicó en el instante en el vio como Ricardo se acercó hasta ellos. No evitó apretar sus puños mientras desesperado buscaba la manera de llamar su atención. La sin razón tomó el control y sus pies se encaminaron hacia el lugar donde un chaval rubio, de aspecto juvenil, se encargaba de poner la banda sonora al lugar.

La llegada de Cristina lo detuvo unos instantes.

—Hola, corazón, ¿dónde vas con esa cara de enfado? Tomemos una copa juntos…

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire cuando con suavidad Santi la apartó de su camino.

—Tengo algo urgente que hacer.

El corazón de Santi latía con fuerza mientras con una mirada profunda atravesaba la sala sorteando a la gente que allí se encontraba. Su objetivo estaba claro, llegar hasta ella. Aceleró el paso obviando los saludos de algunos compañeros cuando la vio darse la vuelta y encaminarse hacia la puerta.

                                     

Diana se sentía cansada, no tenía ánimo de seguir en aquel lugar, aprovechó que Diego se había entretenido a hablar con Ricardo para ir al baño, necesitaba mojarse un poco la nuca y recuperarse de las palabras que seguían reproduciéndose en su cabeza.

Al darse la vuelta todo fue a una, en el mismo instante en que los primeros acordes de la canción El sabor de tu amor llegaban a sus odios una mano firme la sujetó de la muñeca guiándola hacia el centro de la sala provocando de esa manera la atención tanto de Diego como de Ricardo. Al llegar al centro donde la gente bailaba un impulso la dejó enfrentada a él y las miradas de ambos quedaron colgadas una de la otra.

—Doctor Carmona, ¿qué está haciendo?

—¿Acaso no te gusta esta canción?

—No puede actuar así. Todos nos miran.

—A mí eso me da lo mismo, somos dos compañeros que bailan en la fiesta de Navidad —calló y dejó su mirada perdida de los labios a los que le costaba resistirse—. ¿Puedo besarte?

—¿Desde cuándo pregunta antes de hacerlo?

—Desde hoy, prometo no volver a besarte si tú no me lo pides.

El silencio se hizo entre ellos mientras la canción sonaba y sus corazones enlazaban sus palpitares en una danza peligrosa.

—Venga, Diana, pídeme que te bese.

—No quiero que lo haga —respondió con su mirada fija en la mano con la que la sujetaba incapaz de mirarle a los ojos.

Su mente mantenía una lucha continua con su corazón. Las palabras de Cristina retumbaban en su mente, debía alejarse de él si quería mantener su puesto de trabajo.

—En serio, si eso es así dímelo mirándome a los ojos, dime que no deseas tanto como yo que nuestros labios se fundan y nuestros sabores se entremezclen. Dime que no eres ya adicta a ese sabor.

Los labios de él se acercaron peligrosamente en busca de los de ellas y fue en ese segundo preciso en el que comenzaban a rozarse cuando la mano de Diana adquirió la fuerza necesaria para empujarlo y salir disparada hacia la puerta.

Santiago quedó parado presa de la confusión, tragó sus sentimientos cubiertos de desconcierto y suspiró mirando a su alrededor. Necesitaba salir de allí.

Antes de ello se acercó a Julián:

—Amigo, me marcho, nos vemos luego.

—¿Se puede saber adónde vas? —quiso saber Julián algo desconcertado.

—Es mejor que no preguntes.

Sin más caminó hacia el garaje invadido por las extrañas sensaciones que se concentraban en él.

                                     

Diego, espectador de lo sucedido entre Diana y Santiago, salió corriendo tras ella.

Diana caminaba con paso firme y decidida hacia la salida, al pasar por el guardarropa tomó su bolso y su abrigo en el instante en el que Diego llegaba a su lado.

—¿Me puedes explicar qué está pasando? ¿Dónde cojones se supone que vas?

—Déjame sola Diego, no quiero ver a nadie, me largo de esta estúpida fiesta, me voy a casa, tú quédate y divertirte.

—No pienses que te voy a dejar irte sola. Espera, cojo mi chaqueta y nos vamos.

—No, déjame sola, necesito estar sola. —Las lágrimas se acumulaban en sus lagrimales a la espera de ser liberadas, el amasijo de sensaciones contradictorias alojadas en su cuerpo la enloquecían—. No te preocupes, por favor, Diego, déjame ir.

Diego la miró entristecido, qué podía hacer él salvo concederle la privacidad que ella le demandaba.

—Está bien, pero cuando estés en casa envíame un mensaje.

—Lo haré —aseguró mientras frotaba el brazo de su amigo—. Ahora entra que te estás congelando.

A pesar del frío, de los tacones y del dolor de estómago que los nervios le estaban causando decidió caminar un rato.  

                          

El vehículo de Santi salió chirriando ruedas del parking sin rumbo fijo, la sensación de huir que albergaba en su interior se concentraba en su pie derecho. La música rebotaba en el interior con la misma fuerza que su cabeza recordaba aquellos labios grabados a fuego.

Dio la vuelta a la manzana y, de pronto, una silueta delgada llamó su atención, la suerte estaba de su lado, ella andaba sola por la calle y la loca idea que albergó su cabeza fue ejecutada sin cuestión alguna.

Las ruedas se clavaron en el suelo justo a la altura de ella. Pudo ver la expresión de terror en su rostro y no le gustó haberla asustado, pero ya nada podía hacer al respecto.

—Anda, sube —ordenó con voz grabe sin poder fingir el enfado que sentía en aquel instante.

—No pienso hacerlo, continuaré caminando, puede irse —respondió al detener sus pasos.

—No seas cabezota, sabes que no me iré sin que subas al coche.

—No voy a subir —afirmó mientras mantenía su mirada firme en la lejanía, no sentía ningún miedo en aquel momento, tan solo la rabia de verse obligada a huir de su lado, cuando lo que necesitaba era lo contrario.

La puerta del vehículo se abrió y lo vio bajar.

—Entonces andaremos juntos, iré contigo dónde quiera que vayas.

—Esto es ridículo, déjeme marchar y usted siga su camino.

—Lo mejor será que fuera del hospital dejes de llamarme de usted, me haces sentir extraño. ¿De acuerdo? —preguntó mientras posaba su dedo índice en la barbilla de ella para obligarla a levantar su rostro y que lo mirara a los ojos.

Ella asintió con un leve movimiento de cabeza; pero no cambió de idea sobre subir al vehículo, hasta que él la tomó de la mano y con un ligero movimiento, tiró de ella para llevarla a la puerta del acompañante y sentarla en el interior del vehículo.

Santi, satisfecho, rodeó el coche y tomó asiento. Alargando su brazo llegó hasta el cinturón de seguridad de ella e hizo el intento de abrocharlo, acción que ella detuvo tomando su mano.

—Puedo hacerlo sola.

Sus miradas se retaron y sus respiraciones quedaron alteradas debido a la proximidad que en esos momentos existía entre ellos. Los ojos de Santi miraron con deseo los carnosos labios de Diana, ella tragó el nudo de emociones que en ese instante se concentraba en su garganta. Respiró entrecortada consciente de que si él volvía a besarla sus barreras se derrumbarían sin poder evitarlo.

—Está bien, hazlo. ¿Dónde te llevo?

Ante la nula contestación de ella tomó dirección a la Montaña del Príncipe Pio, aquel era uno de sus lugares favoritos, el sitio le generaba la paz de la que muchas veces precisaba. Desde allí podía contemplar el palpitante ritmo de la ciudad que lo engullía y tomar distancia para recuperar la tranquilidad. Estaba seguro de que aquel lugar también le encantaría a ella.

Hicieron el recorrido en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos y mirándose de reojo siempre evitando ser pillados.

Al llegar a su destino, Santi detuvo el auto, bajó de este y se apresuró para abrir la puerta a Diana. Esta bajó incómoda con la situación, no quería dejar ver que estar con él le gustaba.

Tomándola de la mano y en silencio, se acercaron hasta la parte del mirador situada al oeste y que les ofrecía las vistas al Palacio Real.

—Imagino que no conoces este lugar, te aseguro que estás ante una de las vistas más impresionantes de Madrid.

Ella observó abriendo sus enormes ojos, la belleza de la ciudad en aquel momento con sus luces parpadeantes eran un espectáculo que agradecía poder contemplar.

—Tiene razón, son unas vistas maravillosas.

Santi sonrió antes de corregirla:

—¿Tiene? Hemos quedado en que no me hablarías de usted.

Ella sonrió ante su puntualización, le costaría acostumbrarse, pero lo intentaría.

—Cierto, es verdad. Desde ahora nada de formalismos.

Un silencio lejos de ser incómodo se instaló entre ellos, juntos contemplaban la ciudad a sus pies y juntos percibían la banda sonora que los latidos de su corazón creaban para ese momento.

—Me parece un lugar maravilloso. Poder contemplar la ciudad desde aquí da sensación de paz y poder. Gracias, por enseñarme este lugar.

Santi la miró y no le pasó desapercibido el ligero temblor de sus hombros, el descenso de las temperaturas se acrecentaba en aquel lugar.

Sin pensarlo se quitó su cazadora de cuero y la pasó por los hombros de ella que cariñosa se dejó acurrucar.

—Póntela, estás temblando, no quiero ser el culpable de que enfermes.

Ella sonrió apoyada en su hombro y recibiendo la sensación de dulzura que su brazo rodeándola le proporcionaba. Por esa noche se dejaría llevar, se daría permiso a sentir y soñar a su lado, mañana ya despertaría a esa cruda realidad que la engulliría.

Buscaron un banco y tomaron asiento; en el que, sin saber cómo, se encontraron mirándose frente a frente.

—¿Vas a besarme? —quiso saber ella, deseosa de volver a saborearlo.

—Si me lo pides lo haré, sino me aguantaré las locas ganas que tengo de hacerlo.

El sonido de un mensaje en el teléfono de ella rompió la magia del momento.

Diana leyó el mensaje que Diego le enviaba preocupado por no saber aún nada de ella. No quiso contarle nada, solo lo tranquilizó.

—Imagino que tu novio estará preocupado.

—Diego no es mi novio, solo somos amigos.

Diana que miraba al frente no pudo percatarse de la sonrisa de alivio y picardía que se instaló en el rostro de Santi, quien acercándose a su oído le susurró.

—¿Has pedido el deseo a Papá Noel?

La alusión al momento que esa misma mañana habían vivido en la sala del hospital la llenó de esperanza y felicidad.

—Eso es algo que no te voy a decir. Es tarde, mejor me llevas a casa.

Santi cerró los ojos y aceptó la derrota, pero se sentía feliz porque aquella noche había descubierto que nada se interpondría entre ellos dos.

Continuará…

Hasta aquí este capítulo, ahora que lo has leído te toca escribir tu comentario. Me gustará saber qué te ha parecido.

Además no olvides que tus comentarios son súper importantes porque con ellos puedes ser parte del trascurso de esta historia que poco a poco crearemos juntas.

Hasta el próximo capítulo mariposas.

Besos mariposas.

19 comentarios en “

    1. charyca dice:

      Hola, Mari. Que gusto saber de verdad esa necesidad tuya por seguir conociendo la historia. Es un lujo para mí y una super motivación a la hora de seguir creando. Gracias por leer y comentar, besos mariposa.

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    1. charyca dice:

      Hola, Cely mariposa mía, es un placer compartir este proceso con vosotras. Y desde luego cada capítulo te incita a saber más. Jajajaj sé cómo dejaros con ganas. ( cara de mala) pero aún así me queréis, que yo lo sé. Besos mariposa.

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  1. Yolanda Albertos dice:

    Por favor!!! Cada vez más interesante y nos quedamos con la miel en los labios y mariposas en el corazón.Si estuviera ya escrito te puedo asegurar que me lo leía del tiron como he hecho con los otros tres.😘

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    1. charyca dice:

      Yolanda, corazón no sabes como me gustaría tenerla escrita y que la leyerás de tirón. Pero te aseguro que esta experiencía tambien la recordarás siempre. Además cuando ponga el último capítulo estoy sergura que lo volverás a leer de tirón. Mil gracias por ser fiel a lo que escribo. Un beso mariposa

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